Por: Ingrid Torres
Una directora de departamento de emergencias de Nueva York, epicentro de la pandemia; se suicidó este 26 de abril. Ella contrajo el virus y volvió al trabajo al recuperarse trabajando 18 horas al día y durmiendo en los pasillos del hospital, conversaba con frecuencia acerca de las dificultades en la atención de las víctimas del COVID-19.
La situación en la que nos pone el coronavirus no es crítica únicamente en una cuestión de salud física, sino que también se visualizan grandes repercusiones en el ámbito psicológico.
En el país, al 14 de abril, ya se contabilizaban 4738 funcionarios de la salud, que se dedican a la atención de la pandemia, que solicitaron atención psicológica. La perspectiva es que esta situación lamentablemente se encrudezca, por lo que con el aumento de los infectados y fallecimientos el sostenimiento emocional que deben tener estas personas es mucho mayor, con los índices de desgaste, estrés y sufrimiento ante la situación.
Los principales motivos para requerir ayuda psicológica son situaciones de estrés, depresión, llanto, temores, miedo, culpa, insomnio, irritabilidad y todo tipo de conductas que podrían ser producto de la presión que están sintiendo los funcionarios por la pandemia.
Una de las razones que provocan afectación en los funcionarios, es el hecho de que, al estar tan directamente expuestos, los hace más propensos al contagio, generando mucho temor por su salud y por la de sus familiares.
Por otro lado, están los funcionarios de la atención social, a quienes les toca lidiar con todo el drama generado por la crisis social y económica causada por el coronavirus y la forma en que los gobiernos lidian con esta. La angustia y el estrés que viven estas personas es debido al hecho de tener que lidiar cotidianamente con el aumento de la pobreza. Esta surge de una situación económica ya de por sí muy deteriorada en la clase trabajadora antes de la pandemia, y que ahora con las políticas del gobierno de reducción de salarios, suspensión de contratos y despidos la viene a agravar y al mismo no les da a estos funcionarios los recursos necesarios para apoyarlos.
También en esta situación se dan afectaciones a la población en general y con mayor fuerza a la clase trabajadora. Estamos en un estado de alerta permanente, lo que puede traducirse en que muchas personas entren en pánico por temor a infectarse o infectar a sus familiares, sumado a que muchas personas les toca continuar trabajando y eso los expone aún más. Se genera un nivel de estrés mayor, provocado por el temor al contagio, la incertidumbre de un futuro incierto, el temor a la suspensión de contrato, reducción de salario y tener que buscar la manera de cómo conseguir el sustento diario.
El aislamiento y el encierro ponen en mayor riesgo a personas propensas a la depresión, ansiedad e ideación suicida, provocando soledad, aislamiento con las redes de apoyo, intensificando los factores de estrés y ansiedad provocados por la pandemia, que los expone a una crisis.
La afectación psicológica tiene rostro de mujer
Las mujeres tienen una afectación mayor, por un lado, el hecho de que quienes tienen niños y niñas que no están yendo a los centros educativos, les implica una preocupación más resolver el cuido de estos mientras tengan que trabajar. Si se encuentran en teletrabajo, las responsabilidades domésticas y de cuido usualmente se les recarga a las mujeres, lo que les implica una doble jornada de trabajo y prácticamente simultánea. Esta sobre carga laboral trae un cansancio tanto físico como emocional al que se le suma otra responsabilidad que les asigna la sociedad a las mujeres del sostenimiento emocional de los miembros de la familia. Aun si no tuvieran toda la responsabilidad doméstica, hay un recargo psicológico de estar pendiente de garantizar el funcionamiento del hogar.
Por otro lado, están quienes sufren violencia doméstica, cuando esto ya trae consigo grandes implicaciones psicológicas, el encierro las hace aún más vulnerables, ya que tienen que convivir más tiempo con su agresor y en muchas ocasiones tener que lidiar con la violencia para sobrevivir. Estas mujeres se ven con una dificultad aún más grande para denunciar, debido a que tienen al lado a su agresor, tomando control sobre ellas y sin la posibilidad de comunicarse con alguna institución, así como sus posibilidades de salir de casa luego de una denuncia o para huir de la violencia también son más limitadas o nulas.
La desigualdad social potencia la afectación psicológica
La desigualdad social provoca que estos padecimientos psicológicos terminen repercutiendo aún más en las personas con menos recursos económicos. Como se dijo anteriormente, la amenaza de perder el trabajo o enfrentar una reducción salarial son factores estresantes.
El Estado de la Nación (2020) indica que alrededor de 1.600.000 hogares de Costa Rica, un 9% reside en viviendas en mal estado y un 2% posee hacinamiento (más de 3 personas por dormitorio). Aproximadamente un 15% de las casas mide menos de 40 metros cuadrados (m2), además se estima que 104.000 viviendas (7%) no tienen acceso a servicios básicos como agua, luz y manejo de residuos sólidos.
La manera en que pasan la cuarentena estas familias es de una forma muy distinta a las familias más adineradas de este país, que no tienen que pensar en si tendrán que comer, cómo pagar los servicios o enfrentar el hecho de no tener un espacio personal dentro de la casa.
La desigualdad social implica también desigualdad en el acceso a la atención psicológica. Debemos partir de que el servicio público es muy limitado y la demanda es muy grande, incluso antes de la pandemia. Los primeros dos quintiles de la población no tienen los medios para para pagar 25 mil colones por sesión como lo indica el colegio de profesionales en psicología, y el tercer quintil podría con muchos esfuerzos pagar la atención para un miembro de la familia, por lo que la salud mental termina siendo un privilegio de clase.
Por la lógica del sistema capitalista, ya de por si es imposible que las personas sean mentalmente sanas, con esta crisis sanitaria se hace aún más grave. Las crisis sacan a relucir lo peor y más decadente del sistema capitalista y en el ámbito psicológico no es una excepción.